martes, 30 de agosto de 2011

LECTURA No. 8 SEGUNDO AÑO

Mamá, mamá, ¿A quién le está sacando la lengua mi papá? - A los que lo ahorcaron hijo, a los que lo ahorcaron.
Los diferentes aspectos de la colonización



La conquista por la fuerza no es durable, ni se legitima. Los españoles emprendieron un proceso de ocupación y poblamiento del territorio donde reconstruyeron, a su manera y según los esquemas culturales que tenían, una sociedad, ahora con mayor territorio, nuevos recursos y una población a explotar, pero al mismo tiempo a educar y, sobre todo, a convertir al cristianismo. Ese gesto, imperativo para la "legal" posesión de las tierras, se aplicó por muchos medios, algunos seductores evangelizadores, misioneros, escuelas, otros también violentos sometimiento al tributo, al repartimiento, la esclavitud y a la inquisición, en fin, los medios para orientar la economía haciendas, ranchos, minas, comercios, mercados y organizar la población fundación de ciudades, designación de cabildos, integración de pueblos que dejaron sus huellas, algunas perceptibles aún. La colonización, a múltiples caras, fue un complejo proceso de articulación de los elementos demográficos, materiales, técnicos  y culturales de los conquistadores, indígenas y otros inmigrantes, a un sistema or­gánico legal, administrativo y de gobierno bajo la hegemonía de la Corona es­pañola. ¿Qué sabemos de las (inter)mediaciones de los indígenas en este proceso? ¿Cómo se fueron adaptando o desechando sus formas de organización, su cultura y prácticas sociales y religiosas?

Nociones para reflexionar:

  • Repartimiento: este sistema obligaba a los nativos a trabajar por temporadas en las ha­ciendas, regresando después a sus pueblos para trabajar su propio sustento y obtener también lo necesario para el pago del tributo. Fue facultad de los Alcaldes mayores sacar determinado número de indios para laborar en las haciendas, minas, o en obras urbanas durante una semanas; sin embargo, los indios eran conducidos a lugares muy distantes de sus pueblos, explotados largas jornadas de 2 y 3 semanas por una remuneración raquítica.
  • Tributo: impuesto personal que se aplicó a los indios y que podían cubrir en espe­cie o en trabajo. Su fruto significaba el vasallaje de los indios a la Corona, por ello la Real Hacienda lo recuperaba. Duró los tres siglos que existió la Nueva España.
  • Evangelización: es el acto de difundir el Evangelio o predicar la doctrina cristiana entre el pueblo. Un compromiso de los reyes católicos para que el papa Alejandro VI les adjudicara las tierras “descubiertas” por Colón fue el de cristianizar a los naturales. Por ello desde los primeros viajes del Almirante, lo acompañaron misioneros de órdenes mendicantes que velaron por la evangelización de los indios. A México llegaron los frailes desde muy temprano: los Franciscanos, el grupo más importante, arribaron en 1524, principalmente a las regiones de Puebla, México, Michoacán, Jalisco y Yucatán. En el siglo XVI había más de mil franciscanos en 144 doctrinas‑conventos fundados por ellos. Los dominicos llegaron en 1526, también en número de doce, y se fueron incrementando. Su acción cubrió las regiones de Puebla, México y Oaxaca. En 1533 aparecieron los agustinos que, para mediados del siglo XVI ya eran más de doscientos en las zonas de Puebla, México y Michoacán. En fin, los jesuitas se instalaron en la ciudad de México en 1572, se orientaron principalmente a educar a los criollos y algunos mestizos en las principales ciudades de españoles, aunque mantuvieron una misión en el norte. Tardíamente llegaron los carmelitas descalzos, 1585, y los mercedarios, 1594, para atender a los indios. (Resumen sacado de Francisco Morales y Oscar Mazín, "La Iglesia en Nueva España: los modelos fundacionales", en Gran historia de México ilustra­da, No. 7, Planeta‑DeAgostini‑CONACLTLTA‑INAH, México, 2001, pp. 124‑127).

La Conquista espiritual 9

España heredó la concepción universal, progresiva y providencial de la historia que había elaborado el cristianismo y con ella se enfrentó al sorpresivo des­cubrimiento de nuevas tierras, y al aún menos pre­visible contacto con civilizaciones hasta entonces ignoradas.

       La idea cristiana de la historia también apoyó la expansión imperial del poder español, infundién­dole un sentido providencial y mesiánico. La igle­sia cristiana medieval se consideraba universal, pero antes de la era de los descubrimientos la cris­tiandad estaba confinada a una parte muy pequeña del mundo. Sorpresivamente los descubrimientos de los siglos XV y XVI abrieron por primera vez la po­sibilidad de expandir la cristiandad por vastas regio­nes y cumplir con las aspiraciones universales de la iglesia. Y entre todas las naciones de la cristiandad, pocas como España vivieron tan intensamente el privilegio de sentirse predestinadas a realizar ese ideal que los cristianos veían enunciado en las Sa­gradas Escrituras. El descubrimiento de tierras ig­notas y la conversión de pueblos paganos parecieron a los españoles un signo claro de la mi­sión providencial que Dios le había señalado al pueblo escogido.



La enseñanza de la doctrina cristiana en los pueblos indígenas

Los primeros frailes que llegaron a Nueva España vieron en los indígenas las cualidades más estima­das por la grey cristiana: eran pobres, mansos, dóci­les, humildes, obedientes, dúctiles como niños, y aptos "como tabla rasa y cera muy blanda" para im­primir en ellos cualquier cosa que se deseara. En esta interpretación se fincó la convicción de que los indios alcanzarían la perfección cristiana si queda­ban bajo la tutela exclusiva de los frailes, pues de este modo llegarían a ser “la mejor y más sana cris­tiandad y policía del universo‑mundo".

En las misiones y las parroquias los mismos mendicantes transmitieron a los nativos, en su pro­pia lengua y a través de imágenes, los rudimentos de la doctrina cristiana y establecieron escuelas para enseñar a los catecúmenos. Los atrios de los monas­terios y las iglesias se mudaron en aulas gigantescas donde la instrucción colectiva se combino con él canto, el teatro y la fiesta.

De modo que una parte fundamental de la enseñanza religiosa se llevó a cabo a través imágenes como en la antigüedad mesoamericana. Constantino Reyes Valerio observa que los miles de metros cuadrados de pintura que cubren las paredes de los conventos, iglesias y capillas tuvieron la función de transmitir los principios básicos del cristianismo en la población indígena. Señala también el papel que jugaron las escenas religiosas pintadas en conventos. Estas escenas "no fueron distribuidas al azar sino que, por el contrario, los misioneros las distribuyeron con la intención de que sirvieran para enseñar los fundamentos de la doctrina por medio de ellas." En estas escenas predomina la Anunciación, el nacimiento de Cristo, la Adoración de los Reyes, la Pasión de Cristo, la Última Cena, algunos episodios del Antiguo Testamento, etcétera.

Como observa Serge Gruzinski, el cristianismo multiplica en todas partes sus imágenes, lo mismo en las grandes ciudades como México y Puebla que en los pequeños poblados y en el campo donde se erigieron los conventos o monasterios. A tal punto que el dominico Bartolomé de las Casas pudo escribir hacia 1555 que él había visto “una buena parte de la doctrina cristiana representada en figuras e imágenes, gracias a las cuales los indígenas la podían leer como yo la leo escrita con nuestros caracteres en una página".

A pesar de su apariencia masiva, el adoctrinamiento de los frailes fue selectivo y estratégico. Los mendicantes conocían la dificultad que representaba la conversión de los adultos y concentraron sus esfuerzos en los niños, quienes no oponían esa resistencia, y eran más débiles a la seducción de los regalos que les ofrecían. La educación concentrada en los niños y jóvenes produjo resultados que los frailes, festejaron como milagros de la evangelización, pero que a nosotros no dejan de causarnos malestar y repugnancia, por la forma insidiosa de oponer a los hijos contra los padres e incitar deliberadamente la destrucción de las familias.

Las escuelas de los mendicantes pronto se convirtieron en los centros de difusión de la lectura, música, canto, teatro, artes y cultura occidentales. En ellas los niños y jóvenes indígenas aprendieron el catecismo, los cantos y salmos cristianos, las técnicas y los oficios europeos, la danza, el teatro y el manejo de instrumentos musicales de occidente, que también aprendieron a producir y a combinar con la música y las tradiciones indígenas.



Los escenarios, los personajes y los símbolos de pintura occidental se aposentaron en las paredes los conventos e iglesias novohispanos, y narraron para ilustración de las multitudes indígenas, los episodios de la creación del mundo según el Antiguo‑Testamento, el nacimiento de la humanidad según la Biblia, la conformación del cielo y del infierno, las prédicas de los primeros apóstoles, los acontecimientos dramáticos de la pasión y muerte de Jesucristo, el descubrimiento de América impulsado por los reyes católicos, la irradiación del cristianismo por el Nuevo Mundo y la llegada portentosa de las órdenes mendicantes y de la Iglesia católica a la Nueva España.

 Quizá el cambio ideológico más importante que indujeron los evangelizadores fue la supresión del antiguo calendario de rituales indígenas y su sustitución por las efemérides y festividades cristianas. Al suprimir las antiguas fechas de culto, los religiosos rompieron la continuidad de la memoria que celebra­ba los acontecimientos fundadores de la vida indígena. ­Y al encimar sobre esas fechas los cultos y ceremonias cristianos, poco a poco impusieron las conmemoraciones, los ritos, las festividades y el santoral ­cristiano: crearon un calendario que sólo recordaba los actos memorables del conquistador.

      Al día siguiente de la toma de México‑Tenochtitlan­ se manifestó el empeño de los conquistadores por desaparecer los antiguos dioses, templos y cultos. Los franciscanos adoptaron la estrategia de quemar los templos indígenas, arrasarlos y construir sobre sus res­tos las primeras ermitas e iglesias cristianas. Bernardino de Sahagún refiere que los franciscanos eligieron tres antiguos adoratorios indígenas para construir templos cristianos: el cerro de Tepeyac don­de se rendía culto a Tonatzin; la sierra de Tlaxcala donde se veneraba a Toci; y un lugar cercano al Popocatépetl donde se celebraba a Tezcatlipoca. Esta política se multiplicó en todo el territorio.

Uno de los instrumentos más sutiles para borrar la memoria indígena e implantar la cristiana, fue la manipulación del calendario. Poco a poco las festivi­dades indígenas que celebraban el fin de la estación seca y la llegada de las lluvias, las fiestas de la siem­bra y la cosecha de los granos, las ceremonias consa­gradas a la caza y la recolección de frutos, fueron sustituidas por celebraciones cristianas. La fiesta de­dicada al dios tutelar del pueblo fue reemplazada por la fiesta del santo patrono cristiano. De este modo la recordación de la antigua fundación prehispánica se transfiguró en remembranza de la evangelización cristiana.

Una tras otra las antiguas festividades fueron re­emplazadas por las ceremonias cristianas, o se amal­gamaron y sincretizaron con los cultos católicos, en una simbiosis que aún no ha sido estudiada con la atención que merece. Lo cierto es que mediante estas sustituciones el antiguo calendario político de los pueblos indígenas fue borrado, y su calendario agrícola se transformó en un calendario de fiestas y ritos cristianos, cuyo propósito fue hacer de los in­dios católicos fervorosos y vasallos apegados a las formas de vida occidentales.

El doble proyecto fundacional de la Iglesia 10
Resulta muy natural que la fundación de la iglesia en Nueva España tomase la forma de un doble pro­yecto;  por un lado, una iglesia  misionera, local, auspiciada por los frailes, apoyada en el papado y encaminada a lograr una primera evangelización de los indios; por el otro, una iglesia organizada en dióce­sis, sometida a los obispos, es decir, jerárquica y que tendría a las catedrales por eje de un sistema parroquial que sólo se fue conformando al cabo del tiempo. Debido a que las órdenes religiosas fueron casi las únicas que trabajaron en la primera mitad del siglo XVI, el primer proyecto se consolidó con mayor rapidez que el segundo.
El primer grupo religioso que  vino a México fue el de doce franciscanos que llegaron en 1524. Les habían precedido un año antes otros tres franciscanos, entre ellos fray Pedro de Gante. Aunque ya existía una diócesis, la Carolingia, fundada en 1519, las actividades misionales de los franciscanos tuvie­ron como ámbito geográfico no los confusos límites de ésa diócesis, sino el ámbito conventual de sus comunidades religiosas. Así, sus primeros trabajos misioneros los realizaron desde cuatro conventos fundados estratégicamente el mismo año de su lle­gada a cuatro pueblos indígenas de suma importan­cia. México‑Tenochtitlan, Texcoco, Tlaxcala y Huejotzingo, lugares que no tenían nada que ver con la primera diócesis. Esta estructura conventual se consolidó con la llegada de las siguientes órde­nes misioneras, los dominicos (1526) y los agustinos (1533), en tal forma que si se quiere conocer la fun­dación de las primeras comunidades cristianas indí­genas hay que hacer un recorrido de los antiguos conventos de las órdenes religiosas.
Pero no sólo fue el ámbito geográfico lo que le dio peculiaridad a estos primeros años de la iglesia novohispana. Fueron sobre todo los privilegios que la Santa Sede concedió a los misioneros, privilegios que, en cierto modo, hacían innecesaria la presen­cia de los obispos, pues a no ser los actos exclusivos del orden episcopal, como era la ordenación de sa­cerdotes, todos los demás poderes eclesiásticos los detentaban los misioneros.
El documento más representativo de estos pri­vilegios es el breve de Adriano VI, Exponi nobis, mejor conocido como "Bula Omnímoda", concedido a los franciscanos el 9 de mayo de 1522. Este breve es un documento eminentemente misionero. Sus contenidos están relacionados no tanto con la fun­dación de una iglesia, sino con la actividad misione­ra de los frailes, a quienes se les confiere independencia de sus superiores provinciales en España y se les sujeta directamente a los ministros y capítulos generales de la orden. En el último párra­fo de este documento se expresa que, puesto que la ocupación principal de estos religiosos será la conversión de los indígenas, el papa concede que sus supe­riores "tengan, así para los frailes... como para los indios convertidos a la fe cristiana o cualquier otro cristiano que los acompañase en la obra de conver­sión, toda nuestra omnímoda potestad y autoridad así en el fuero interior como en el exterior".
Esta "omnímoda potestad", objeto posteriormente de acaloradas disputas entre obispos y frailes, fue el instrumento con el que las ordenes religiosas construyeron con toda libertad una cristiandad indígena que tenía más semejanzas con la estructura de sus conventos que con la de las parroquias. De hecho, da la impresión que los frailes en cuanto les fue posible, reprodujeron su forma de vivir en estas comunidades . La recitación del oficio divino en las escuelas de niños, los cantores y "menestriles" para los oficios divinos y la disciplinada organización de las actividades religiosas los pueblos, por cierto siguiendo las antiguas formas "de gobierno temporal” de los indígenas, formaron parte básica del modelo que los frailes usaron para establecer la iglesia en México.
La pugna entre ambos proyectos de iglesia es, ciertamente, uno de los temas más recurrentes historia de Nueva España. Como se ha señalad los enfrentamientos entre regulares y seculares  no se originaron en Nueva España. Habían aparecido en la edad media tardía, cuando las órdenes mendicantes penetraron poco a poco en los enclaves urbanos .Ahora bien, la iglesia nueva, local y misionera de los regulares en las Indias, que diera a estos gran sensibilidad y hondo conocimiento de los naturales, no llegó a plantear una organización alternativa a la de la cristiandad europea. La organización por parroquias mediante beneficios (cargo de ministerio de asistencia espiritual a los feligreses que lleva aparejada una retribución para el sustento del pastor), sujeta a la jurisdicción ordinaria encabezada por los obispos, fue desde antiguo una solución indiscutida en la cristiandad occidental. No obstante, los frailes del siglo XVI en Nueva España se asumían como los protagonistas de una fase primitiva dominada por una especie de autarquía ajena a toda sujeción a las catedrales o iglesias de los obispos. Si los indios por ellos cristianizados edificaban, reparaban y adornaban las iglesias y habitaciones de los frailes era porque en aquéllas se les impartían los sacramentos y se les daba el "pasto espiritual". Sin embargo, más temprano que tarde, la iglesia de los frailes adoptó muchos de los rasgos de la cristiandad europea mediante la cura de almas en las doctrinas, en la que los religiosos, originalmente refractarios a la intervención de los obispos en sus iglesias‑convento, no siempre pudieron resistirles.
Cada proyecto de iglesia tuvo una visión diferente de los pueblos indígenas. Para algunos clérigos diocesanos, o seculares, los indios eran asimilables a las poblaciones de infieles sometidas en el reino de Granada al final de la Reconquista. La fundación misma de la iglesia en Nueva España llegó a concebirse por algunas fracciones del clero secular en continuidad con la antiquísima tradición ibérica. Es decir, las costumbres que las iglesias diocesanas de las Indias tenían recibidas de España no se abrían de reputar ni medir por el corto tiempo que tenían de fundadas, sino "por la antigüedad y prescripción legítima e inmemorial" de las iglesias de la península. Consecuentemente, se veía en los indios a futuros labriegos cristianos, habitantes de aglomeraciones urbanas, como en Castilla, a quienes no necesariamente tendría que mantenerse siempre separados de los pobladores españoles. No obstante las diferencias entre sí, los frailes, especialmente los franciscanos, no compartieron esta visión. En su afán por erigir una iglesia bajo el modelo de la de los primeros tiempos, vieron en los indios a neófitos en la fe cuyas antiguas creencias y costumbres era pre­ciso conocer a fin de evangelizarlos.
En esta forma se intentó su separación de la pobla­ción española mediante la "república de los indios", condición fundamental para poner en práctica sus ideales evangelizadores.


10 Francisco Morales y Oscar Macín, "La Iglesia en Nueva España: los proyectos fundacionales", en Gran Historia de México ilustrada, No.7, Planeta‑DeAgostini‑Conaculta‑Inah, México, 2001, pp, 125‑129



9 Enrique Florescano, "La Conquista y la Imposición de la Idea Cristiana de Historia", en Histona de las historí^ Jornada, México, diciembre 8 del 2000.

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