sábado, 27 de agosto de 2011

LECTURA No. 6 SEGUNDO AÑO

Del poblamiento de América a su conquista




Pero antes, un chascarrillo "¿Por que los gallegos se cuelgan cuando se lavan los dientes? - Porque la pasta dice Colgate."
La conquista de América por los europeos no fue un episodio fulminante, sino un proceso que se extendió durante todo el siglo XVI; "el siglo de la conquis­ta". En oleadas sucesivas, cientos de españoles, portugueses, franceses e ingle­ses, cargados de provisiones, pertrechos (animales, víveres, armamento y utensilios) y hasta sacerdotes y artesanos, llegaron a explorar, conquistar y fun­dar ciudades en el Nuevo Mundo, a partir de las cuales ampliaron su expan­sión. Asentados en las islas caribeñas de Española, hoy República Dominicana, y Fernandina, Cuba, los hispanos se adaptaron al nuevo medio y crearon un ver­dadero laboratorio para la conquista. Entre 1492 y 1550, salieron de allí las prin­cipales expediciones: Ponce de León fue a Puerto Rico y dominó la Florida, Vasco Núñez de Balboa rumbo al centro y descubrió el itsmo de Panamá; Juan Díaz de Solís, al sur, descubrió el Río de la Plata; Hernán Cortés, al golfo, con­quistó Mesoamérica; Hernando de Soto, al norte, exploró el río Mississipi; Fran­cisco Pizarro rumbo al sur, encontró y sometió al mítico imperio inca. ¿Cómo se desarrolló este proceso?, ¿en qué aspectos los españoles se adaptaron al me­dio físico y social o impusieron su forma de ser? ¿qué los movió para realizar semejante odisea?
Procesos históricos a considerar:
El poblamiento de América: inicia desde el primer viaje de Colón, cuando dejó un pequeño grupo, guarnecido en un fuerte de madera, en la Española. En el segundo viaje, septiembre de 1493‑junio 1497, Colón salió de Cádiz con 17 naves. Lo acom­pañaban más de 1500 hombres y gente de toda clase (buscadores de fama y fortuna y algunos eclesiásticos) con la finalidad de fundar una colonia permanente y prose­guir los descubrimientos. En las bodegas llevaban caballos, vacas, ovejas, semillas para siembra, herramientas y víveres. En la Española encontró el fuerte Navidad destruido por los indígenas; fundó entonces otro poblado al que llamó Isabel, en honor a la reina. Descubrió después algunas islas del grupo de las Pequeñas Anti­llas: Dominica, Guadalupe, Antigua, San Cristóbal. Tomó posesión de ellas, así como de Jamaica y Puerto Rico. Al volver a la Española comprobó que el gobierno de su hermano Bartolomé había provocado disturbios entre los colonos. Se produjeron revueltas y se tejieron intrigas y calumnias contra el Almirante quien, finalmente, decidió volver a España en junio de 1497. Mientras tanto, decenas de navíos surca­ron los mares para poblar las tierras descubiertas.

La conquista erótica de las indias 4: "La desnudez de los habitantes los excitó en sumo grado. Aquellas mujeres eran muchas de ellas jóvenes y hermosas, aunque con la piel extremadamente morena; con los pechos al aire y las partes pudorosas del mismo modo, sin la menor señal de vello. Los soldados se sintieron fuertemente atraídos y comenzaron a meterse en el interior de las viviendas. Las indias mirábanlos con no poca extrañeza y curiosidad; aquellos hombres cubiertos de ace­ro, con barbas, la mayoría con el cabello corto llamábanles mucho la atención. Ellos lo comprendían así y hacían esfuerzos por acercárseles, pero ellas huían... los con­quistadores pasaron allí todo el día y toda la noche... La soldadesca satisfizo sus apetitos, sus hambres, sus pasiones. A la mañana, la masa indígena y la masa euro­pea se mezclaban y se retorcían en la orgía placentera y bulliciosa. Era aquella la tierra de los encantos, de la molicie, de la dulzura".
         Esta es una crónica romántica, seguramente apócrifa, escrita por Diego Albéniz de la Cerrada dos siglos después de la época en que, supuestamente, ocurrieron los hechos. Describe una situación más o menos ideal,
que, sin embargo, es probable que se haya dado en la realidad numerosas veces, aunque los cronistas del siglo XVI omitieran describirlas con tan generosos rasgos.
         Durante la campaña de México, un soldado de Palos de la Frontera, de quien el cronista Bernal Díaz del Castillo sólo recuerda su apellido, Álvarez, tuvo en tres años treinta hijos con hembras americanas. Las huestes españolas al mando de Álvaro de Luna ‑apenas un centenar de hombres‑ desarrollaron tal actividad sexual con mujeres aborígenes durante la conquista de Chile que, en su campamen­to, "hubo semanas que parieron setenta indias de las que estaban al servicio" de los soldados. En Asunción del Paraguay, mientras tanto, el presbítero Francisco González Paniagua, denunciaba en 1545 que el "español que está contento con cuatro indias es porque no puede tener ocho, y el que con ocho porque no puede tener dieciséis [ ... ] no hay quien baje de cinco y de seis mancebas indígenas". Estos son sólo algunos ejemplos de la infatigable actividad genésica de los conquista­dores españoles con mujeres americanas desde el Descubrimiento hasta mediados del siglo XVI, que en conjunto constituye, probablemente, el festín licenciosos más grande y prolongado de la historia
         Casi cinco siglos más tarde, los frutos de aquel proceso de miscegenación co­menzado con este ejercicio maratoniano del arte de amar están a la vista: decenas de millones de mestizos pueblan el continente americano como testimonio vivo del más gigantesco proceso de mezcla racial conocido que ha producido la Humanidad. Estos, relativamente pocos, varones españoles, consiguieron cambiar, con hembras indígenas, la composición étnica del Nuevo Mundo: la absoluta mayoría indígena fue reemplazada, a lo largo de los siglos, por los mestizos. Hoy los indios puros son sólo una escueta minoría en el conjunto de Iberoamérica.

¿Quiénes fueron los conquistadores?:
Si bien provenían de los sectores más diversos de la sociedad española, todos tenían algo en común: en ella no encontraban un lugar que les resultara aceptable. Los inte­grantes de las expediciones de conquista fueron, sobre todo, nobles sin riqueza sufi­ciente, hidalgos que pretendían una vida como la de los nobles verdaderos y hombres del común que aspiraban al ascenso social. Aquellos que no tenían títulos los reclama­ban a cambio de sus servicios. ¿Cuáles? Haber peleado por el rey y por la fe en la Re­conquista, en las campañas de África o en las guerras de Italia. Los conquistadores eran hombres con entrenamiento y experiencia militar; no hubo, entre ellos, ni nobles prin­cipales (los "Grandes de España") ni burgueses prominentes. Pero también integra­ron el contingente conquistador aquellos que fueron trasladados en forma forzada: expresidiarios, reclutas e incluso esclavos. Y otros: los misioneros enviados por las órde­nes religiosas a propagar la fe cristiana. Muchos provenían de Extremadura y Andalucía, las regiones menos desarrolladas de Castilla, aunque luego habrían de sumárseles otros castellanos y aun vascos y aragoneses. Los conquistadores fueron hombres individualistas y ambiciosos que compartían un ideal de vida caballeresco; buscaban en el Nuevo Mundo oro, pero también honor.







El Requerimiento: o aceptas someterte, o ¡te sometemos!
Después de agitados debates, sostenidos en Burgos y Valladolid, relativos a los derechos de conquista que tenía o no España, y a los métodos brutales que se utilizaban, en 1512 la Corona estableció el famo­so "Requerimiento" redactado por el jurista Juan López de Palacios Rubios.
                Se trataba de un extenso documento que co­menzaba relatando la creación del mundo y del hombre por obra de Dios y, luego de una prolonga­da exposición de la fe católica, se llegaba por fin a proclamar el señorío del Papa sobre aquellas tierras, cuya evangelización se había confiado a los reyes de España. Expresaba el documento que "Dios Nues­tro Señor dio cargo a uno que fue llamado San Pe­dro para que de todos los hombres del mundo fuese Señor y Superior"; que el Papa Alejandro VI, suce­sor de San Pedro "como Señor del mundo hizo do­nación de estas Islas y Tierras firmes" a los reyes de España y a sus descendientes; que en virtud de esa donación, contenida "en ciertas escrituras que po­déis ver si queréis", los indios debían obediencia y sujeción a la corona de España. "En caso contrario certificaos que con la ayuda de Dios nosotros entraremos poderosamente contra vosotros e os haremos guerra por todas las partes e manera que pudiéremos, e vos sujetaremos al yugo e obediencia de la Iglesia y de sus majestades e tomaremos vuestras personas e las de vuestras mujeres e hijos, e los haremos esclavos , e como tales los venderemos e dispondremos de ellos como sus majestades mandaren, e tomaremos vuestros bienes e, haremos todos los males e daños que pudiéremos como a vasallos  que no obedecen ni quieren recibir a su señor".
                Este Requerimiento debía ser leído a los indios; si no acataban sus términos, entonces era lícito entrar en guerra con ellos y dominarlos. No es necesario aclarar que semejante medida, si en algo pudo calmar los escrúpulos de conciencia de los teólogos que defendían a los conquistadores, no produjo ningún resultado y cayó de inmediato en desuso. Mal podían entender los indígenas un lenguaje semejante; además, los propios conquistadores, ajenos al problema de fondo tratado en las reuniones de Burgos y Valladolid, tomaron en son de risa la real disposición... el dicho de "hágase la ley, pero no se cumpla” ¡se cumplió¡



La controversia de Valladolid
Un gran debate desarrollado en Valladolid (1550-­1551) opondrá a los partidarios de políticas indígenas diametralmente opuestas, encabezados los unos por Fray Bartolomé de las Casas, y los otros por el juris­consulto Juan Ginés de Sepúlveda, imponiendo su concepción humanista cristiana y por lo tanto, la defen­sa y protección del indio. La legislación reglamentará y señalará los deberes y derechos de los encomenderos sobre los indios. Las Leyes de Indias se inspirarán en la ética del cristianismo, en una línea de continuidad que llegará hasta el siglo XVIII. La encomienda se extinguirá por sí misma. Los indios de encomienda serán reemplazados por peones mestizos; dentro de los grandes latifundios sólo cambiará la forma legal de su explotación.
a. Motivos para la guerra justa: Ginés de Sepúlveda
Será siempre justo y conforme el derecho natural que tales gentes bárbaras e inhumanas ajenas a la vida civil y a las costumbres pacíficas, se sometan al imperio de los príncipes y naciones más cultas y humanas, para que, merced a sus virtudes y a la prudencia de sus leyes, depongan la barbarie y se reduzcan a vida más humana y al culto de la virtud. Y, si rechazan tal imperio, se les puede imponer por medio de las armas, y tal guerra será justa, según el derecho natural lo declara, (Ginés de Sepúlveda. "Sobre las causas de las guerras contra los indios”.)
b. Defensa de los indios
Bartolomé de las Casas: La Condición Humana.
Todas las naciones del mundo son hombres…todos ­tienen entendimiento, todos tienen cinco exteriores y sus cuatro interiores y se mueven por los objetos de ellos, todos huelgan en el bien y sienten placer con lo sabroso y alegre, y todos aborrecen y desechan el mal. No existe actualmente ninguna nación, ni puede existir –prescindiendo de las bárbaras, fieras y depravadas que pueden ser las costumbres‑ que no pueden ser atraídas y convertidas a todas las virtudes políticas y a toda la humanidad del hombre domestico, político y racional. (Bartolomé de Las Casas, Historia Apologética.)
En este nuevo período de la controversia, el que más se destacó en defensa de los indios fue el ju­risconsulto fray Francisco de Vitoria, quien ha sido, además, uno de los fundadores del moderno dere­cho internacional. Su pensamiento está expresado fundamentalmente en su obra "Relecciones sobre los Indios y el Derecho de la Guerra" (1539). Vitoria sentó, ante todo, la distinción entre "guerra injusta" y "guerra justa" sus afirmaciones eran, en realidad, un retorno al problema de los justos títu­los, que aún no había tenido concreta solución.
Consideraba "guerra injusta" la que pudiera ha­cerse contra los indios en virtud del poder imperial y de la donación papal "El emperador (Carlos V) no es, señor de todo el orbe; aunque fuera amo del mundo, no por eso podría ocupar las provincias de indios, ni instituir nuevos señores, ni imponer tributos; el Papa no es señor civil o temporal de todo el orbe; aunque tuviese potestad secular sobre  el mundo, no podría transmitirla a los príncipes seculares; el Papa no tiene potestad temporal sobre los indios ni sobre los otros infieles..." Ni siquiera la negación de los indios a bautizarse y aceptar el Evangelio, cuya predicación era el motivo de la do­nación de Alejandro VI, podía autorizar a la violencia contra los indios: "Aunque se hubiera anunciado a los bárbaros la fe, no es lícito, porque ellos no la quieran recibir, perseguirles con la guerra y despo­jarlos de sus bienes".
       De Vitoria exponía luego ciertos derechos de los españoles: Los españoles tienen el derecho de re­correr las provincias de los bárbaros indios y de es­tablecerse en ellas, pero sin daño de los naturales; es lícito a los españoles negociar en tierras de los sin prejuicio de la patria de los mismos: no deben ser hostilizados los indios ni privados de sus bienes, si li­bremente y sin obstáculos permiten predicar el evangelio, aunque ellos no reciban la fe; El Jurista y  teólogo dominico sostenía que estas y  otras cosas eran de derecho natural, y que los indios no po­dían impedir la libre intercomunicación de los pueblos. En caso de oponerse a ello con la violencia, sólo entonces podían recurrir los españo­les a las armas para asegurar sus derechos naturales.


4 Ricardo Herren, La conquista erótica de las Indias, Planeta, México, 1992, pp.11‑13.

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