miércoles, 17 de abril de 2013

LECTURA PARA 3er AÑO 2

Las mujeres y la democracia

Para encontrar las razones de la exclusión histórica de las mujeres de la política, hay que buscar en las formulaciones originarias que han conformado el pensamiento político occidental de raíces judeó-cristianas. Para el caso latinoamericano también es válida la búsqueda por este lado, pues el colonialismo impuso e impregnó de los mismos criterios excluyentes su sistema político, aunque éste haya tenido sus especificidades y diferencias.

Desde Aristóteles, pasando por San Agustín, Maquiavelo, Locke, Rousseau, Stuart Mill, etc. En cualquier caso, e incluso en el discurso de la modernidad se bloqueó el acceso de las mujeres a los derechos individuales, civiles y políticos. Genevieve Fraisse ha señalado:“El razonamiento teórico que excluyó a las mujeres de la política en el discurso de la modernidad occidental no estuvo finalmente basado en su falta de raciocinio, sino en la puesta de éste al servicio de "fines que la trascienden y tienen lazos siempre indirectos con la sociedad", a través de los cuales influye a distancia”.

Es con la primera guerra mundial que a las mujeres se les reconoce el derecho al voto, conquista lograda por las sufragistas norteamericanas y europeas de esa época.

El populismo en América Latina más tarde, hizo la relación con las mujeres más funcional y operativa, al reconocerles la condición de ciudadanas y concederles el voto. La mayoría de los gobiernos populistas dieron el derecho del sufragio a las mujeres por el interés político de mantenerse en el poder - las mujeres eran votos que les legitimaban - y no tanto por reconocimiento de las razones políticas que argumentaban los movimientos sufragistas que luchaban en América Latina desde comienzos del siglo. Así sucedió con el

peronismo en Argentina, el cardenismo en México, etc.

Por otro lado, el impulso a la organización de las mujeres de los sectores populares en los denominados Clubes de Madres, para sustituir al Estado en sus deberes, funcionó desde los sesenta del siglo pasado. Cabe aclarar que, parte de estas organizaciones impulsadas desde el gobierno en esos años, se transformaron en los años ochenta en movimientos sociales con estructuras democráticas que comenzaron a desarrollar una participación política activa, cambiando su relación dócil y sumisa y aunque operando bajo la tutela estatal y para su beneficio, dicho cambio se manifiesta en la conquista o mejor dicho en la integración vía su partido político a las cámaras, sea de diputados, senadores, o ayuntamientos municipales.

En cuanto a los puestos de elección, de acuerdo con los datos de la composición de las Legislaturas para el periodo 2000 – 2003, las mujeres constituían 16% dentro de las Cámaras de Diputados y de Senadores del país y a nivel estatal su presencia en los Congresos era aún menor. Esta situación cambia significativamente a partir del 2003, ya que, de acuerdo a la composición de las Legislaturas, las mujeres alcanzan 23%. Este aumento de siete puntos es un impacto directo de las reformas al Código Federal Electoral en Materia de Género aprobadas en el año 2002 que obliga a los partidos políticos a registrar una cuota de mujeres como candidatas. Las cifras de México coinciden con los promedios de diferentes países de América. El índice de participación más alta se alcanza en los países nórdicos, donde las mujeres parlamentarias llegan a 41%. Como contrapartida, en los países árabes éstas apenas representan 9%.

En la vida política contemporánea la equidad de género y el rechazo a la idea de que los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres, se han llegado a considerar como un triunfo y un importante componente de la democratización a favor de la mujer. En el mundo de hoy, tenemos a once mujeres que son jefas de Estado o de gobierno. Durante los últimos dos años, hemos sido testigos del ascenso de Ángela Merkel como primera ministra de Alemania y de Michelle Bachelet, a la presidencia de Chile. En México, tenemos solo una gobernadora por el PRD en Zacatecas, Amalia García Medina. Las modernas democracias de los países más avanzados (G-7) afirman que la democracia siempre está en proceso de construcción. Un momento estelar en ese permanente proceso es la emergencia de gobiernos electos –en elecciones transparentes- con votantes informados -información seria y objetiva-, con un estado de derecho en donde actúan derechos humanos de igualdad, de libertad, de seguridad, etc.

Otro momento estelar, aún desconocido por la historia, será cuando esa democracia, ese gobierno, su estado de derecho y derechos fundamentales reconozcan a las mujeres y a quienes se identifican en sus preferencias sexuales con ellas, la misma dignidad que reconoce en el varón. Como clase y como individuo cuál es el lugar sobre la tierra donde la mujer no sigue siendo discriminada de la educación, de la salud, del trabajo, del poder político, etc. Por supuesto, hay sitios, hay países en donde la discriminación es más sofisticada, más subterránea, en donde, la circunstancia de que algunas mujeres hayan alcanzado escaparates públicos induce a creer que la discriminación por sexo se ha abatido, lo cual es falso; el mejor y más fundado argumento es Beijin 1995-2000, en donde se polemizo sobre todos los matices de la discriminación a la mujer en el mundo.

Mientras esto suceda, mientras esté sucediendo en Aguascalientes o en cualquier otro rincón de la tierra, el o los procesos hacia la democracia no andarán muy lejos de las democracias supuestamente proscritas, levantadas sobre diversas formas de esclavitud humana.

La perspectiva de equidad de género tiende a desmontar del discurso y de la acción masculina lo que dice y hace en torno de la mujer; plantea que la mujer sea el sujeto de su propio discurso y de su propia acción. Ello supone, necesariamente, en el plano social, un proceso democrático en donde ambos sujetos, actores de la historia social, dialoguen de tú a tú. La capacidad de diálogo a su vez implica procesos educativos insertos en un entramado social que finalmente emerge como democracia de género, en donde toda institucionalidad de gobierno integre a la mujer sea rica o pobre, instruida o analfabeta, ladina o indígena, prostituta o beata. En la democracia de género no existe el pre destino sino la autotelia, la definición de sí mismo acorde a sus circunstancias. Nadie nació para

ser madre o para ser maceta de corredor, si así no está contemplado en su cosmovisión, autotelia individual y circunstancias ideológicas y sociales.

No obstante que se han logrado grandes avances respecto al reconocimiento y a la protección de los derechos de las mujeres, los retos y los desafíos también siguen siendo de gran envergadura para las naciones occidentales, América Latina y México en particular.

La violencia hacia las mujeres y la discriminación sexual aún persisten, aunque ya con menor grado. A pesar de ello, en muchos países, la educación de las mujeres ocupa todavía un nivel muy bajo en la escala de prioridades de los gobiernos y en algunos casos sus oportunidades de inclusión en la esfera política son bastante reducidas. En este tenor, México ha suscrito varios acuerdos internacionales que “amparan” la protección de los derechos y la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, entre los que se encuentran la Convención de la ONU sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, firmado el 17 de julio de 1980, y la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, signado el 4 de junio de 1995. Pero, desgraciadamente sólo es algo que está en el escritorio, está olvidado. Por tanto, hay que rescatarlo.

En México el cambio democrático real echará raíces y se consolidará sólo si tiene su expresión en el mejoramiento palpable de la condición de la mujer en general.

El gobierno creó el Instituto Nacional de las Mujeres. A este organismo se le encomendó la difícil tarea de impulsar la vida plena de las mujeres y su realización como seres humanos mediante la aplicación del Programa Nacional para la Igualdad de Oportunidades y la No Discriminación de las Mujeres. Ni la creación del Instituto ni del Programa pueden ser en sí mismos una realización activa y efectiva, sino un instrumento para efectivamente lograr que las mujeres ocupen su lugar en la vida del país. En consecuencia, el adoptar la agenda de igualdad de género, el crear los instrumentos institucionales para promoverla y el delinear un programa en el que esta agenda se exprese, son retos y compromisos con la igualdad de la mujer que el gobierno debe considerar, incluida la responsabilidad de cumplir, pero no se ha logrado materializar hasta hoy. En el proceso democrático de México la condición de la mujer es un punto de referencia por el cual se puede medir si genuinamente se está dando un cambio y una transformación democrática. Serán las mujeres mismas quienes juzguen si la nueva democracia mexicana cumple o no lo que ha prometido desde siempre.

Simplemente, debemos considerar a la equidad de género como un indicador del desarrollo del país. La atención a estos problemas es un punto de partida indispensable para el bienestar futuro de nuestras comunidades y debe ser de importancia vital para los responsables de formular las políticas en todos los niveles de gobierno.

Al respecto dice Aguilar Zinser: “El aumento de la participación de la mujer en todas las sociedades del mundo y ámbitos de la vida no ha garantizado su reconocimiento ni tampoco mejoras definitivas en su trato y calidad de vida. La lucha por los derechos de las mujeres debe ser de prioridad nacional. El gobierno, los medios de difusión, las organizaciones no gubernamentales y la sociedad deben trabajar con mayor creatividad y eficacia para dar paso a la equidad y a la no discriminación de las mujeres. La emancipación de las mujeres debe ser total, nunca más sólo parcial como hasta ahora”.

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